Y le volvió a pasar. Abrió cada rincón de su alma sobreponiéndolo en un lecho de confianza infinita. Pero al parecer fue demasiado peso para ese fino lecho, por lo que todo cayó a un vacío también infinito. Una caída constante, sin nada que parase a esa confianza ahora débil y quebradiza, y a ese tierno y dulce rincón asustado. Asustado por el hecho de que, por segunda vez, entendió que no podía posarse sobre la confianza, puesto que una vez que se rompe, nada sería lo mismo.