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Recuerdos.

Una combinación entre nostalgia y anhelo, ambas en su justa medida. Quizá incluso me atrevería a decir que también interviene en cierta manera la melancolía.
Sigo mi vida, eso no me para. Quizá porque tú me enseñaste eso; la mayor lección de mi vida. Quizá porque sea lo mejor para mí; no quedarme anclada en el pasado. Quizá porque sí; que no me quede remedio. Quizá por las tres; son igual de importantes.
Sin embargo, todos los días me lo planteo, siempre hay un punto de inflexión, un momento en el que no encuentras la voluntad, la fuerza, las ganas u otra cosa parecida para seguir tu camino.
Creo que esos son los peores sentimientos; el querer algo triste e irrevocablemente de manera permanentemente. Querer algo que ya no puede ser, que fue. Algo que disfrutaste y que no volverá a suceder.
No quiero recuerdos, los recuerdos no llenan el vacío, no calman.
¿De qué sirven los recuerdos si cuando los rememoras solo quieres más, y más, y más?
Toda una persona, con todo lo que conlleva, no se puede reducir a simples recuerdos. Eso, personalmente, es lo que, en cierta parte, no me deja terminar de avanzar. Tantos buenos momentos, tantas risas, tantos consejos, tantos llantos, tantos abrazos, tantos consuelos, tantas tardes, días, semanas, meses y años no se pueden reducir a cerrar los ojos y ver imágenes incompletas e imprecisas de todo lo vivido. De hecho, según la psicóloga Silvia Ávala, solo somos capaces de recordar un 5% de lo que vemos.

Eso es lo peor, que nos tenemos que conformar con los recuerdos, los cuales son cómo un grano de arena en una playa, cómo una gota de lluvia en Madrid o como una hoja en un bosque. 


-24.

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