Desde un humilde mirador, empujado por deseos sin nombre, este pretencioso soñador te canta a tí, reina. A tí, guardiana de los enamorados, patrona de poetas, diosa de locos; te suplico: alúmbrame con tu majestuosa luz. Tú, que insuflas en los sueños de mentes perversas desvaríos de dioses, monstruos y otros delirios de hombres; inspírame. Hazme partícipe del secreto de la oscuridad. Aliméntame con los frutos de la noche. Báñame con la luz de las joyas del firmamento. Muéstrame los placeres de lo oculto.
Transfórmame.
Transfórmame, mi señora, en algo que trascienda lo cotidiano, lo mundanal, lo que soy. No quiero ser por más tiempo una marioneta en manos del destino, y tu sangrienta sonrisa es la única llave que puede abrir esta oxidada cerradura que es mi mente.
Todas las noches alzo mis vista al firmamento buscando tu estela, atisbando en el horizonte en busca de tu gloriosa presencia. Te busco, te veo, y comprendo que eres todo lo que anhelo y deseo. Me llenas, me complementas. Me transformas. Sin embargo, a veces te contemplo y descubro que te veo, si, pero no te veo. En ocasiones como esta, solo veo tu plateado cadáver, y no hay rastro del espíritu que en él habita. En estos momentos solo espero, celeste musa, que salgas de tu escondite y que me hagas cantar sobre el caos y la eterna noche, sobre lujurias, desvaríos y pasiones, sobre la historia de la caída del hombre.
Así que sal de tu refugio de níveas telas, aquí solo hallarás a tu fiel servidor dispuesto a cumplir tus más disparatados deseos. Aquí tienes a tu hijo guerrero, a tu amante imperfecto, a tu poeta de rostro fiero. Aquí y ahora, mi reina, yo te espero.
Comentarios
Publicar un comentario